30/12/22

VIVIR AGRADECIDO

             Se termina el año. Yo soy un desastre para las fechas, ni os imagináis la de ellas que no recuerdo ni sé ya dónde buscar, pero este 2022… ¡Este estará grabado por siempre en mi memoria! Y he decidido despedirlo desde el más profundo agradecimiento a tantas personas que me han rescatado una y otra vez de la caverna de la desesperanza. A decir verdad, a pesar de ser una decisión personal, como cualquier manifestación del amor verdadero, me brota de un modo muy espontáneo ese ¡gracias! y restaña mis heridas.

Me veo incapaz de mencionar nombres propios y no vivir con miedo a algún olvido inconsciente, pero podéis atar cabos. Empezaste golpeando fuerte, 2022, tres afectados de COVID en casa, con mi compañera de viaje muy enferma, débil y frágil. Aún así conseguimos saludarte y compartir alguna sonrisa; y pudimos darle a ella amor con distancia, mascarilla y purificador de aire. Gracias a los míos por obrar el milagro.

Nos recuperamos pero empezó la cuesta abajo. Gracias por los detalles dejados en la puerta y no esperar ni a que abriese para no molestar.  Gracias por no dejarla sola mientras yo trabajaba. Gracias por los saludos desde el coche, aparcados enfrente. Y, en la peor noche de mi vida, a esa enfermera que lloraba conmigo en silencio antes de subir a la zona de aislamiento. Gracias a las personas que me ayudaron a tomar la decisión más dura, que también nos permitieron permanecer allí hasta que mi latido compañero se apagó para siempre y nos trataron con tanta humanidad, a pesar de la barrera de los EPIs. Y en las horas siguientes, por una abrumadora avalancha de cariño, flores, risas (sí, risas), lágrimas, abrazos, recuerdos, presencias, viajes improvisados, disponibilidad absoluta,…

Al mes celebramos. Gracias por la cercanía, la implicación y el compromiso para que pudiéramos despedirnos dignamente. ¡Me queda un recuerdo especialísimo y muy reconfortante! Marcó el fin de la nebulosa inicial y el principio de mi reconstrucción personal. En ella sigo.

A partir de aquí, para no extenderme, abandono el carril del tiempo y dejo que la corriente nos lleve a donde quiera. Gracias por los “¿qué te hago?”, por los “tú pide cuando necesites, que no te voy a estar agobiando”. Gracias por los abrazos diarios por WhatsApp, los paseos y los cafés (o cañas, vaya). Por sacar entradas para mí aún sin saber si podría ir o no, por los “me acuerdo mucho de vosotros, no hace falta que contestes”, por los regalitos porque sí, por los memes más absurdos cuando viste mis ojos tristes. Por elegir el momento adecuado para preguntar, para abrazar, para besar, sabiendo de mi pudor y mi necesidad de continuar con la tarea. Por preguntar con delicadeza y cariño a pesar de vuestros catorce o quince años. 

Gracias por los “yo te cubro, ¿dónde hay que ir?” o los “falta todo lo que necesites”, aunque nunca os haga caso. Por valorar mi trabajo y mi esfuerzo discretamente y no ser condescendientes, no lo soportaría. Por permitirme seguir siendo también apoyo para ti y no dejarme olvidar quién soy. Por ofrecer todo lo que tienes o puedes y hacerme sentir que hay red.

Gracias por cuidar de mis hijos desde la distancia justa, por ser familia elegida y compañía deseada. Por ser consejo asesor y cómplice en mis tempestades y desvelos. Por entender y no juzgar mis ausencias o mis presencias. Por informar al que no quiere molestar y darme así espacio para tomar aire. Por querer compartir mis momentos importantes y buscar la forma de incluirme en tus planes. Por defenderme de los que me hacen daño a mí o a los míos. Por dejarme acompañarte por las aceras donde duermen los ángeles y colocar mi sufrimiento en un lugar distinto.

Después de tu paso demoledor, 2022, ya no soy el mismo pero sigo siendo yo. Un acorde inesperado se ha incrustado en mi piel y no pienso ya vivir evitando lo inevitable. Daré la bienvenida al tiempo que me quede, determinado pero no ingenuo. Para tranquilidad de los que me queréis: estaré bien.
 

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Reflexiones e intuiciones de un caminante y compañero de caminos. Ideas que me hacen crecer.