9/12/08

Cartografía de Adviento

"Allanad las colinas, rellenad los valles...",
facilitad el camino, el paso de algo tan grande.

Pues mi cuerpo está curtido de colinas y de valles,
el tiempo, lo sucedido, los calores y los fríos,
los dolores, los pesares, los ajenos y los míos,
los glaciares del invierno, los dehielos y sus ríos,
erosionan mi rostro de niño.


Los vientos huracanados y la brisa del Espíritu,
las tormentas, los granizos.
Las mareas.
Mi rostro de niño.


Voy a recorrer mis surcos,
y mis montes, y mis ríos.
Mis glaciares del invierno.
Si ha de pasar algo grande,
que se haga pequeño y recorra conmigo.
Que no soy relieve suave.
Dos sandalias y un bastón para el camino.


Que siento que pierdo.


Mi alma de niño.

25/11/08

Orientándonos

Los tres inventos decisivos para el paso de la Edad Media a la Edad Moderna fueron la pólvora, la brújula y la imprenta. La pólvora permitió acabar con los castillos, con el feudalismo; la brújula permitió las grandes navegaciones, poder cruzar los océanos y la imprenta permitió la difusión de las ideas. Pues resulta que los chinos tenían esos tres inventos desde mucho antes, pero no usaban la pólvora para la guerra sino para fuegos artificiales. Para un chino batirse con un artefacto tan ordinario como la pólvora era un acto indigno de un ser humano. La brújula también la conocían pero no la usaban, porque según su concepción de la vida, todo lo que necesitaban lo tenían dentro, ¿para qué salir? No sentían la menor necesidad de cruzar océanos para conquistar nuevos mundos. [...]
Y en cuanto a la imprenta, los chinos usaban unos bloques de madera para la impresión, pero el arte de la caligrafía les parecía algo muy superior y tan extraordinario que lo preferían mil veces a la tosquedad de la huella de los bloques.

José Luis Sampedro, en La ciencia y la vida.

26/9/08

Educar, conducir... navegar. Y navegar.

Así fue como Elisewin descendió hacia el mar del modo más dulce del mundo -sólo la mente de un padre podía imaginarlo-, llevada por la corriente, a lo largo de la danza hecha de curvas, pausas y titubeos que el río había aprendido en siglos de viajes, él, el gran sabio, el único que sabía el camino más hermoso y dulce y apacible para llegar al mar sin hacerse daño. Descendieron, con esa lentitud decidida al milímetro por la sabiduría materna de la naturaleza, introduciéndose poco a poco en un mundo de olores de cosas de colores que día tras día desvelaba, lentísimamente, la presencia lejana, y después cada vez más próxima, del enorme regazo que los esperaba. Cambiaba el aire, cambiaban las auroras, y los cielos, y las formas de las casas, y los pájaros, y los sonidos, y las caras de la gente en las orillas, y las palabras de la gente en sus bocas. Agua que se deslizaba hacia el agua, galanteo delicadísimo, los meandros del río como una cantinela del alma. Un viaje imperceptible. En la mente de Elisewin, sensaciones a millares, pero ligeras como plumas en vuelo.
Todavía hoy, en las tierras de Carewall, relatan todos aquel viaje. Cada uno a su manera. Todos sin haberlo visto nunca. Pero no importa. No dejarán nunca de relatarlo. Para que nadie pueda imaginar lo hermoso que sería si, para cada mar que nos espera, hubiera un río para nosotros. Y alguien -un padre, un amor, alguien- capaz de cogernos de la mano y encontrar ese río -imaginarlo, inventarlo- y de depositarnos sobre su corriente, con la ligereza de una sola palabra, adiós. Eso, en verdad, sería maravilloso. Sería dulce la vida, cualquier vida. Y las cosas no nos harían daño, sino que se acercarían traídas por la corriente, primero podríamos rozarlas y después tocarlas y sólo al final dejar que nos tocaran. Dejar que nos hirieran, incluso. Morir por ellas. No importa. Pero todo sería, por fin, humano. Bastaría la fantasía de alguien -una padre, un amor, alguien. Él sabría inventar un camino, aquí, en medio de este silencio, en esta tierra que no quiere hablar. Camino clemente, y hermoso. Un camino de aquí al mar.

Alessandro Baricco. Océano mar.

26/8/08

Una lectura que merece la pena

Es un hecho maravilloso y digno de reflexionar sobre él, que cada uno de los seres humanos es un profundo secreto para los demás. A veces, cuando entro de noche en una ciudad, no puedo menos de pensar que cada una de aquellas casas envueltas en la sombra guarda su propio secreto; que cada una de las habitaciones de cada una de ellas encierra, también, su secreto; que cada corazón que late en los centenares de millares de pechos que allí hay, es, en ciertas cosas, un secreto para el corazón que más cerca de él late.

Charles Dickens. Historia de dos ciudades.

4/5/08

Lo que hoy es Betania para mí

Para mí, Betania es un momento. Un momento deseado y esperado. Un momento que anticipo con un hormigueo en el estómago. Un momento que me da seguridad para el resto de momentos. Y, cuando llega, un momento real, consciente, casi siempre limpio. Un momento que frecuentemente me gustaría dilatar.

Para mí, Betania es una certeza. Una certeza que no necesita de proyectos que proyectan. Una certeza irracional y razonable. Una certeza que moviliza mi energía y la hace productiva. Una certeza que me hace valiente.

Para mí, Betania es fluir. Un fluir identificado e identificable, pero indefinido e indefinible. Un no dejar de avanzar sin dejar de estar en el sitio. Un fluir que es la aceptación del cambio e incluso, cada vez más, la celebración del cambio.

Para mí, Betania es una fiesta. Una fiesta alegre siempre que se puede y, cuando no, una fiesta oportuna, adecuada, especial cada vez. Una fiesta incontenible y con sentido.

Para mí, Betania es escucha. Una escucha atenta y de gran presencia. Una escucha aportada y recibida. Una escucha interna y externa que me mantiene en contacto con mi maestro interno y con los varios y variados rostros del Maestro, aunque acaso sea uno solo.

Para mí, Betania es una prueba. Una prueba constante que me incomoda y me desestabiliza. Una prueba que me mantiene alerta. Una prueba que, en ocasiones, me hace temerme a mí mismo, pero me permite explorar las lindes de mi capacidad de amar. Una prueba que me pone en contacto con mi contingencia. Una prueba que pone de manifiesto la paradoja de mi inmensa pequeñez, o de mi pequeña inmensidad.

Para mí, Betania es esperanza. Esperanza en un Evangelio hecho vida, eternamente nuevo, actual, de Jesús. Una esperanza de renovación, de propuesta de felicidad para mí y para todos. Una esperanza de reencuentro y reconciliación con la Revelación.

Para mí, Betania es libertad. Libertad para ser y para estar. Para dudar y para soñar. Para discrepar o para enfadarme sin miedo al abandono. Libertad para mostrarme débil, para desnudarme sin que la vergüenza llegue a impedírmelo o de no hacerlo sin sentir culpa por ello.

Para mí, Betania es un templo. El templo del Ser. El templo de la autenticidad y de la audacia. El único templo que no he pervertido en mayor o menor medida. El templo del silencio y del bullicio. El templo de la comunión y la eucaristía. El templo de las personas y de los milagros.

Para mí, Betania es acción. Es una vida puesta en juego y no un modelo o un marco teórico. Es una constante relación. Es un empeño por acoger a cada persona en su momento único y no poner etiquetas.

Para mí, Betania es Palabra. Palabra como referente insustituible, pero que se encuentra cada vez con personas nunca iguales y, por tanto, siempre desvelando una cara nueva. Palabra en la que confío aún cuando me deja indiferente.

Para mí, Betania es valoración. Es sentirme valorado por lo que soy y no por lo que tengo o por lo que sé. Es sentirme cuidado y ser capaz de recibir y aceptar cariño. Tantas veces mi fuente de energía y mi tabla de salvación. Dios cuidándome.

Para mí, Betania es escuela de desapego. Una escuela donde aprendo a desprenderme de lo que no merece la pena, a compartir sabiendo que, en realidad, lo que tengo no soy yo y ni siquiera es mío. Una escuela de providencia.

Para mí, Betania somos las Personas.

9/2/08

Preparando el alma

Yo te veo, Señor, con un hierro encendido
quemándome la carne hasta los huesos...
Sigue, Señor,
que de ese hierro
han salido
mis alas y mi verso.

León Felipe

21/1/08

Ni tú ni yo somos los mismos

Después de su iluminación definitiva, el Buda estaba siempre en una actitud espontánea de amor benevolente. Desprendía paz y contento.
Cierto día iba paseando y se encontró con un hombre que le envidiaba. Al pasar junto a él, éste le escupió en pleno rostro. Después cada uno siguió su camino. Pero unos días más tarde, volvieron a cruzarse. El Buda le miró abiertamente a los ojos y le sonrió con afecto. Extrañado, el hombre preguntó:
- ¿Por qué me sonríes cuando hace unos días te escupí?
El Buda, apaciblemente, dijo:
- Amigo mío, porque tú no eres ya el que me escupió ni yo, el que recibió el escupitajo. Que tengas un buen día.

Reflexiones e intuiciones de un caminante y compañero de caminos. Ideas que me hacen crecer.