4/5/08

Lo que hoy es Betania para mí

Para mí, Betania es un momento. Un momento deseado y esperado. Un momento que anticipo con un hormigueo en el estómago. Un momento que me da seguridad para el resto de momentos. Y, cuando llega, un momento real, consciente, casi siempre limpio. Un momento que frecuentemente me gustaría dilatar.

Para mí, Betania es una certeza. Una certeza que no necesita de proyectos que proyectan. Una certeza irracional y razonable. Una certeza que moviliza mi energía y la hace productiva. Una certeza que me hace valiente.

Para mí, Betania es fluir. Un fluir identificado e identificable, pero indefinido e indefinible. Un no dejar de avanzar sin dejar de estar en el sitio. Un fluir que es la aceptación del cambio e incluso, cada vez más, la celebración del cambio.

Para mí, Betania es una fiesta. Una fiesta alegre siempre que se puede y, cuando no, una fiesta oportuna, adecuada, especial cada vez. Una fiesta incontenible y con sentido.

Para mí, Betania es escucha. Una escucha atenta y de gran presencia. Una escucha aportada y recibida. Una escucha interna y externa que me mantiene en contacto con mi maestro interno y con los varios y variados rostros del Maestro, aunque acaso sea uno solo.

Para mí, Betania es una prueba. Una prueba constante que me incomoda y me desestabiliza. Una prueba que me mantiene alerta. Una prueba que, en ocasiones, me hace temerme a mí mismo, pero me permite explorar las lindes de mi capacidad de amar. Una prueba que me pone en contacto con mi contingencia. Una prueba que pone de manifiesto la paradoja de mi inmensa pequeñez, o de mi pequeña inmensidad.

Para mí, Betania es esperanza. Esperanza en un Evangelio hecho vida, eternamente nuevo, actual, de Jesús. Una esperanza de renovación, de propuesta de felicidad para mí y para todos. Una esperanza de reencuentro y reconciliación con la Revelación.

Para mí, Betania es libertad. Libertad para ser y para estar. Para dudar y para soñar. Para discrepar o para enfadarme sin miedo al abandono. Libertad para mostrarme débil, para desnudarme sin que la vergüenza llegue a impedírmelo o de no hacerlo sin sentir culpa por ello.

Para mí, Betania es un templo. El templo del Ser. El templo de la autenticidad y de la audacia. El único templo que no he pervertido en mayor o menor medida. El templo del silencio y del bullicio. El templo de la comunión y la eucaristía. El templo de las personas y de los milagros.

Para mí, Betania es acción. Es una vida puesta en juego y no un modelo o un marco teórico. Es una constante relación. Es un empeño por acoger a cada persona en su momento único y no poner etiquetas.

Para mí, Betania es Palabra. Palabra como referente insustituible, pero que se encuentra cada vez con personas nunca iguales y, por tanto, siempre desvelando una cara nueva. Palabra en la que confío aún cuando me deja indiferente.

Para mí, Betania es valoración. Es sentirme valorado por lo que soy y no por lo que tengo o por lo que sé. Es sentirme cuidado y ser capaz de recibir y aceptar cariño. Tantas veces mi fuente de energía y mi tabla de salvación. Dios cuidándome.

Para mí, Betania es escuela de desapego. Una escuela donde aprendo a desprenderme de lo que no merece la pena, a compartir sabiendo que, en realidad, lo que tengo no soy yo y ni siquiera es mío. Una escuela de providencia.

Para mí, Betania somos las Personas.

Reflexiones e intuiciones de un caminante y compañero de caminos. Ideas que me hacen crecer.