23/2/07

A vueltas con lo Innombrable

Tengo grabada en mi memoria emocional la primera vez que tomé conciencia de lo desbordable que es mi razón. En la cómoda de la habitación de mis padres solía descansar un espejo de mano, de estos de plata que ya estaba amarilla al día siguiente de limpiarla y que desprendía un cierto olor metálico. Me gustaba poner este espejo de cara a otro grande que había en la pared, de forma que la imagen de uno quedaba reflejada en el otro en una sucesión de reflejos de la misma realidad cada vez más pequeños. Un día caí en la cuenta mientras observaba: tenía ante mis ojos una sucesión ¡infinita! de imágenes, ¡la tenía ante mis ojos! No era la paradoja de Zenón que los matemáticos ya refutaron, era el reflejo infinito de una realidad que se reconoce a sí misma.
Un profesor de álgebra en la facultad nos habló acerca del infinito como una herramienta matemática que permite resolver ciertas indeterminaciones irresolubles de otro modo. No obstante, nos siguió argumentando que no era real, que cualquier número que pudiéramos imaginar siempre tendría otros más altos por lo que el infinito no existe; y mi razón me dice que es verdad. Pero mi corazón se sobrecoje cuando recuerdo la imágen del espejo. Y aún más cuando, por sólo un instante, he podido sentirme reflejo indeformado de mi YO. Cambiar una sucesión eterna de instantes por un instante de vida eterna. Romper el tiempo y sentir que tu cuerpo no es capaz de contenerte y te desbordas sin que nada pueda interponerse.
¡Cuánto te he tenido que cultivar, oh mi razón, para llegar a conocer los límites con los que me encarcelas!

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Reflexiones e intuiciones de un caminante y compañero de caminos. Ideas que me hacen crecer.